El anhelo del cambio
Prócoro
Hernández Oropeza
En mis años de juventud universitaria se añoraba la
libertad, libertad de pensamiento, palabra y acción. Por los setentas, el
sistema era opresivo, con poca libertad de expresión y la disidencia no era
aceptada. La represión era la respuesta; acaba de ocurrir la represión al
movimiento estudiantil en el 68 y en el 71 se repitió otra dosis en la ciudad
de México.
Como muchos estudiantes y otros sectores sociales intentábamos
cambiar este estado de cosas, pensábamos que la revolución estaba a la vuelta
de la esquina. Mediante la creación de círculos de estudios entre obreros,
estudiantes, maestros deseábamos generar conciencia para cambiar esas
circunstancias adversas. Queríamos crear conciencia porque pensábamos que todos
estaban dormidos, inconscientes; no tenían conciencia de clase. Estábamos
enfrascados en ese mundo de las etiquetas, los buenos contra los malos, la
burguesía contra los proletarios, los revolucionarios contra los reaccionarios.
Queríamos cambiar al mundo como si nosotros estuviéramos
lúcidos y bien despiertos. Claro, más tarde me di cuenta que en realidad no
éramos los más despiertos, si acaso unos románticos que nos inspirábamos en
otros héroes románticos de las grandes revoluciones, entre ellos el Che
Guevara.
Muchos de los políticos de todos los partidos se creen los
ilustrados o mejor instruidos para gobernar o dirigir los cambios políticos,
sociales, económicos o culturales. Y sí, algunos destacan y se vuelven grandes
estadistas, prohombres que signaron su vida y su destino para generar
revoluciones o grandes cambios en sus países. Algunos inspirados en fuertes
principios y cuya huella permanece aún en la memoria colectiva, como un Benito
Juárez en México, un Simón Bolívar en el sur del continente, Benjamín Franklin
en Estados Unidos, por ejemplo.
Escasos de estos hombres hablaban del cambio espiritual o si
lo mencionaban, no era su prioridad porque había cosas más urgentes que
resolver, sin que ello significara que no tuvieran alguna progresión
espiritual. Benito Juárez perteneció a una organización masónica, lo mismo que
Benjamín Franklin. Esas logias masónicas son instituciones discretas de carácter
iniciático, no religiosa, filantrópica, simbólica y filosófica, fundada en un
sentimiento de fraternidad. Tiene como objetivo la búsqueda de la verdad a
través de la razón y fomentar el desarrollo intelectual y moral del ser humano,
además del progreso social.
Dicen los maestros que como es adentro es afuera y si
internamente un hombre posee buenos principios y valores, una cierta progresión
espiritual, eso se va a reflejar afuera. Sin embargo, muchos, como nosotros
cuando éramos estudiantes, queremos cambiar al mundo, cuando interiormente hay
pobreza espiritual. No es posible así. Muchos maestros y gurús lo dicen: cambia
tu primero y si cambias todo cambiará alrededor de ti.
La batalla no es afuera, primero debemos aniquilar toda esa
basura mental, todos los demonios que gobiernan nuestra psique. Debemos
convertirnos en guerreros de luz para eliminar a todos esos seres de la
oscuridad como celos, ignorancia, miedo, lujuria, avaricia, envidia y orgullo.
Así, ahora me doy cuenta que existe doble opresión, una que se da afuera por el
sistema y otra interna, porque somos esclavos de nuestros múltiples yoes. Sólo
cuando hayamos librado la batalla final contra esos demonios, ni lo de afuera
ni lo de adentro nos mantendrá esclavos. Nos sentiremos libres, libres de los
deseos, de las acciones furtivas o del deseo y de cualquier evento que ocurra a
nuestro alrededor, así sea el más terrible. Cambia, todo cambia, pero el
principal cambio es interior.
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