Reflexiones cotidianas
Prócoro Hernández Oropeza
A lo largo de nuestras vidas todos nos hemos hecho la
siguiente pregunta: ¿quién soy? Soy este cuerpo, esta personalidad, mi
profesión o un humano más del montón que vino a este mundo a experimentar sus
dramas y alegrías. En realidad somos más que eso. Algo en nuestro interior nos
dice que esta personalidad con todos sus roles e identidades no explican ni
definen nuestra verdadera personalidad. De hecho ni siquiera somos verdaderos
humanos, si acaso máquinas humanoides gobernadas por nuestros defectos
psicológicos o yoes.
Esos yoes son los que impiden ver nuestra verdadera
identidad, nuestra razón de existir. En la India existe un saludo entre algunos
yoguis que reza: Sat nam, que significa: Mi identidad es verdad. ¿Y cuál es la
verdad? Eso que es nuestra naturaleza real y divina, esa esencia de luz, amor,
sabiduría. En ese país milenario también se conoce otro mantra poderoso que
describe esa naturaleza: Om Tat Sat. Om representa la realidad que no podemos
ver con nuestros ojos pero que podemos percibir, es el aspecto no creado de lo
absoluto. Es la realidad poco evidente, el aspecto no visto, invisible.
Entonces “Om Tat Sat” significa “la verdad”. Eso que puedo ver con mis ojos y
lo que está más allá de mis ojos es lo mismo, no es diferente. El creador y la
creación son uno solo. Om: lo infinito, lo que está más allá, aspecto no creado
de lo absoluto. Tat: es, Sat: la verdad.
Otra definición que le dan es: “Saludo al Glorioso Ser", aunque su transcripción
literal seria: "No hay diferencia entre tú y Yo". Estas palabras
aparecen por primera vez en los textos Védicos (Textos muy antiguos que reúnen
la Sabiduría y la filosofía Hindú) cuando se refieren a las palabras de saludo
de los supremos dioses: OM TAT SAT. Eso eres Tú, Dios.
Entre los Mayas, una cultura muy sabia y milenaria, de la
cual se dice es más antigua que la egipcia se usaba este saludo In Lak´ Ech,
que significa casi lo mismo que Om Tat Sat, “Tú eres yo” y el interlocutor
respondía: Hala Ken: “Yo soy tú”. Con esto, los mayas expresaban ese sentido de
unidad; no estamos separados, somos una sola energía moviéndose en diferentes
frecuencias. Los mayas pensaban que todos somos parte integral de un único
organismo gigantesco. Los budistas, de igual modo, creen que pertenecemos a una
realidad superior, que somos parte de un Todo gigante y que ese Todo está vivo
dentro de cada uno. Somos una sola consciencia y ésta se encuentra no sólo en
los seres pensantes, sino en todos los seres sintientes, inclusive en una roca
o un mineral, cuanto más en una planta o en un animal.
A través de los años he intentado buscar mi verdadera
identidad, esa verdad de la que hablaban los antiguos misterios. Ahora
comprendo que mi verdadera esencia es conciencia, intuición y comunión.
Conciencia implica despertar de esa oscuridad en que nos ha mantenido la
ignorancia. Esa ignorancia provocada por esos yoes que se manifiestan a través
de nuestros roles, haciéndonos pensar que eso somos, seres limitados por el
orgullo, la ira, lujuria, avaricia, envidia, gula y pereza. Conciencia es
despertar de ese letargo y descubrir que somos amor, felicidad, sabiduría, luz.
La intuición es parte de esa verdad o sabiduría que habita en nuestro interior,
de donde emanan los pensamientos divinos, el arte, la creatividad; es la verdad
no contaminada por los yoes. Y la comunión es cuando nos sentimos conectados a
todo lo que nos rodea. Dejamos de sentirnos separados de esa energía que mueve
al universo, de nuestros hermanos y vemos lo sagrado, a Dios y su creación en
cada ser que nos rodea. Eso es
Om Tat Sat, Sat nam, In Lak´ Ech Hala Ken. Cuando vivimos en ese estado
de comunión ya no me veo separado de nada y entonces trato de no hacer daño a
nadie, porque me lo estaría haciendo a mí mismo.
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