La capacidad de asombro
Prócoro Hernández Oropeza
Los poetas, como todos los artistas han agudizado su
capacidad de asombro, ven lo que otros no ven, oyen lo que los demás no
perciben, dicen los que otros no pueden expresar con la elocuencia del
lenguaje. Beethoven, por ejemplo, sostenía que su música, sus arreglos
musicales los percibía en su interior, como si estuviera escuchando la música
de las esferas.
El poeta, los artistas perciben a través de otros
sentidos, esos que están más allá de los cinco ordinarios como vista, tacto,
oído, gusto y olfato. Esos sentidos, por el contrario, apegados a una mente
controlada o distraída por tantos Yoes, limitan nuestra percepción de otras
realidades. Están sujetas a la ley de
polaridades como bueno o malo, bonito-feo, es decir por clichés o etiquetas y
eso nos impide ver la belleza que se esconde detrás de un atardecer, de una
sonrisa o de una luna llena.
Vivimos distraídos por los paisajes o decorados urbanos,
por los ritmos del trabajo, del trajín de nuestros deseos o nuestras penas y
angustias. Con justa razón, Don Hugo
Gutiérrez vega, ese poeta generoso nos dice que: “El poeta ve algunas cosas que no ven las otras personas o
que el trabajo no permite observar.”
Esos poetas tienen la capacidad de denunciar precisamente esa
desconexión con nuestra realidad, esa pérdida de la capacidad de asombro o de
percepción. Un buen fotógrafo puede, con una simple imagen, eternizar una
sonrisa, un salto, cualquier gesto. El fotógrafo Edward Weston, con un simple
chile morrón o un ajo, tenía la capacidad de brindarnos sugestivas y emotivas
fotografías. Ansel Adams, con sus paisajes urbanos o naturales, nos otorga
hermosas imágenes poéticas.
De entre los poetas que han venido a Puerto Vallarta a deleitarnos con
su mar de letras, el poeta jalisciense Raúl Bañuelos me obsequió uno de sus
últimos libros titulado: “Cosmogonías” y de él rescato este poema, que describe
muy bien esa capacidad de asombro de la que hablamos.
“A los autos o el asfalto, prefiero, el paisaje:
Una hormiga sola en el camino
O nubes incontables del tanto cielo.
A ver la tele o hacer la fiesta, prefiero el paisaje:
Cuatro árboles sueltos o una sola
Gran yerba verde junta contra la tierra.
A las locomotoras o los tractores prefiero el paisaje:
Una oveja en suavidad y blancura y palomos
En su plumaje de palomas y transparencia
Del viento o la lluvia partiendo el aire.
A los alambres o los postes prefiero la luz de la tarde
O sirenas, jazmines, golondrinas, surcos y duraznos”.
Debiéramos ser como los niños, cuya capacidad de asombro
es permanente, mientras no se la echamos a perder con una educación que los
aleja de la creatividad y la espontaneidad. Recuerdo hace años a un
sobrinito que estaba sorprendido por que cuando caminaba él veía que la luna lo
seguía y cuando se detenía, ella también lo hacía. A mí me ocurrió algo
semejante. Cuando mis padres me llevaron a la ciudad y me subieron a un
elevador, al cual nunca había visto, ni sabía para qué servía. Entrar por una
puerta y al subir y salir por otro sitio tan distinto al de abajo, para mí fue
un acto de magia. Era como entrar en un túnel del tiempo, esto a la edad de
cinco anos. A esa temprana edad todo les
asombra y se tornan muy preguntones: porqué esto, porqué aquello y muchos padres
prefieren ver la televisión a explicarles lo que para ellos parece tan natural.
De esa forma vamos matando su curiosidad, su capacidad de asombro. Bienvenidos
los poetas, benditos sean todos los artistas por sorprendernos con su
creatividad.
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