La mente embotellada
Prócoro Hernández Oropeza
La mente es una de las herramientas fundamentales del
hombre. Es lo que nos distingue de los animales, pero ello no significa que
seamos mejor que ellos. A través de ella hemos dominada a la naturaleza,
construido monumentales obras de ingeniería, naves que nos llevan a la luna, componer partituras
que han brindado maravillosas melodías, obras de literatura que perduran a
través de los siglos y han inspirado a la humanidad, religiones que otorgan
alguna certeza o fe de la existencia de otros mundos y realidades.
Es a través de la mente, de nuestros pensamientos, construimos
el mundo que nos rodea, tanto físico, espiritual como mental. La mente no está en el cerebro, está en un
parte etérica, en el alma y a través de ella se puede viajar en el tiempo y el
espacio, por ejemplo cuando meditamos o estamos soñando. El cerebro sólo es el instrumento de la mente, no es el
pensamiento.
Mediante ese instrumento podemos construir el cielo o el infierno.
Pero como nuestra mente está mediatizada por lo que llamamos los agregados
psicológicos o defectos o egos, ellos son lo que la controlan y nos dicen cómo
vivir, nos mantienen en el sufrimiento y el dolor. Esta mente es la que
destruye el amor, lo real, lo verdadero, nuestra identidad o naturaleza divina.
Este país, esta ciudad, el mundo es parte de nuestra
creación, nos guste o no; a través de nuestros pensamientos lo hemos creado. Si
en el planeta predomina el miedo, los celos, la ira o la lujuria es porque eso proyectamos a través de nuestros pensamientos,
emociones y obras. Aunque primeramente se crea en la mente y luego esta se
dispara a las cuatro direcciones. El pensamiento es una manifestación de la
energía y esta se mueve y se manifiesta en nuestra realidad, aunque no lo
creamos.
Esta mente está embotellada en los celos, odios, deseos de
ser exitosos, millonarios o importantes; o bien el pesimismo, en el
sufrimiento, la víctima, el prepotente o en el apego a determinadas posesiones,
ideas o personas. Pero también en el apego a nuestras familias, sufrimientos o
problemas cotidianos. Como la gente, por ignorancia, vive en estos estados de
sujeción y aparentemente le gusta vivir esas recreaciones de la mente, en su
estado de confort, no se da cuenta que es un verdadero esclavo de su mente.
Para liberar nuestra mente debemos estudiar cómo funciona,
observarla, comprenderla e investigar
sus procesos. Esto es necesario para convertirnos en los verdaderos amos y
jefes de nuestra mente. Sólo comprendiendo cada defecto, nuestra charla
psicológica, la canción psicológica, los
pensamientos más recurrentes y repetitivos. Estudiarla y comprenderla, no sólo
en la región intelectual, sino en todos los niveles subconscientes de la mente,
de esta forma nos liberaremos del
carcelero.
Esa mente, en su afán de querer brindarle felicidad al
hombre compara. Compara una novia con otra, un carro con otro, un gobierno con
otro; al comparar introduce el más. Esto es mejor que lo otro, soy mejor que
Juan. Esas comparaciones y ese afán de ser mejores, de tener más que el otro,
es producto de esta mente embotellada que
produce infelicidad. Si contemplo un bello atardecer sólo lo disfruto,
pero si lo comparo con otro, no percibe en realidad esa belleza. Dicen los
maestros que le mente dividida por las comparaciones es esclava del deseo y
destruye el amor. Si en verdad amo a una persona, no tendría porque compararla
con otra; eso no lo hace el amor, es el deseo del placer el que lo hace. El ego
que quiere más, compara y nunca está satisfecho.
Una de las condiciones para vivir libre de esas ataduras de
la mente embotellada por el yo es vivir de momento en momento, sin las
preocupaciones del pasado y sin los proyectos del futuro. Sin apego a los
contentos y aversiones. Estar observando desde el centro, libre de la dualidad, observar desde el Ser.
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