Para qué sirve el amor
Prócoro Hernández Oropeza
Pese a que vivimos un clima de odio, violencia, insensatez,
inmisericordia, neurastenia, estrés, miedo, enojo y lujuria, el amor es como
una luz obstruida por una gruesa capa de nubes y sólo por momentos se dejan ver
algunos de sus rayos. Como por ejemplo cuando alguien le sonríe a un hombre con
cara triste, o se compadece de un gato callejero y se lo lleva a casa o se
atreve a mirar un árbol que sólo es visitado por los perros cuando orinan. O
bien observa con asombro los cerros que nos rodean, siendo que muchos, sino la
mayoría, sólo los ve como parte de su decorado urbano.
Hay destellos de luz cuando sentimos la brisa del mar y nos
damos cuenta que es un ser vivo o nos alegramos porque un ave canta sin esperar
a que nadie le ponga a tención, simplemente lo hace porque es su naturaleza. El
amor se filtra entre las ramas de los árboles cuando dios nos habla a través de
la lluvia, un trueno o una ráfaga de viento. El amor se escabulle por las
cañadas del deseo y puede convertir una pesadilla en un jardín de flores.
El amor no tiene fronteras, es el eterno perdón; no se
compra ni se vende, está siempre disponible, sólo es cuestión de abrir el
corazón y dejar que fluya libremente. Pero como está atrapado por miles de
egos, no le damos oportunidad de expresarse y apenas si lo demostramos con un
regalo o con un gesto o un abrazo, o un te tímido te quiero.
Dice Jaime Sabines que el amor es el silencio más fino, pero
también el más tembloroso, el más insoportable o bien la prórroga perfecta,
esto depende de qué tan despiertos o dormidos estemos. Si estamos dormidos,
obnubilados por nuestros defectos psicológicos, el amor será así, una prórroga
perfecta o el más insoportable. En realidad el insoportable no es el amor, sino
quien intenta expresarlo desde las sombras de su alma, no desde su real
naturaleza, que es el verdadero amor.
Esos amorosos de los que habla Sabines, son la hidra del
cuento que tienen serpientes como brazos, son los locos sin dios y sin diablo,
los que abren en la oscuridad los ojos y les cae en ellos el espanto. Los que
se sienten vacíos de una costilla a otra costilla, a quienes la muerte les
fermenta detrás de los ojos y lloran y caminan hasta la madrugada. Ese es el amor
condicional, el amor que no llena nunca, sólo lo buscan en el panteón de sus
deseos.
El verdadero amor se expresa en aquellos que ven a dios en
todos lados, quienes perciben el aroma de una flor a gran distancia, quienes
buscan incansablemente una respuesta o aman a distancia y viven a destiempo y
ríen sin prisa. El amor aflora en las mujeres que encienden cirios con la
mirada o perfuman con mirra los laberintos del alma.
El amor brilla en la
soledad del mirlo, en el canto de la piedra, en quienes aman sin esperar nada.
Se opaca en quienes sólo lo recuerdan un 24 de febrero y quieren llenar su
vacío con un regalo, o una flor o un te quiero sin sentido. Brilla en quienes
aman sin respiro, en los perros que lamentan la partida de su amor, en quienes
buscan a dios en las estrellas, en los caballeros de la nostalgia, en los
perfumes limpios de la tierra, a quienes lloran frente al mar y se arrepienten.
Este es el verdadero y absoluto amor.
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