Reflexiones cotidianas La condición humana



Prócoro Hernández Oropeza

Por lo regular, tengo la impresión que los 25 de diciembre parecen días quietos, silenciosos, relajados o distraídos. Luego de las comilonas, los buenos deseos, fraternidad, bendiciones a raudales, amor, abrazos e intercambios de regalos, viene la calma, una especie de quietud o de impase. Porque aún falta otra fiesta no menos esperada, la del fin de año.
Sí, un año más de vida, de reflexiones, de retrospección o recuento de lo que hicimos o dejamos de hacer. Reflexión acerca de las vicisitudes que pasamos, de los encuentros y desencuentros, los malos y los buenos momentos; en fin, nos alegramos porque hemos arribado a un nuevo ciclo.
Una raya más al tigre, más experiencia para unos, mejores logros para otros, no deja de haber descalabros o derrotas para los menos afortunados. Los que saben que sus derrotas o fracasos, los malos momentos son parte de un proceso de vida, sobre todo necesarios para superarlos y aprender lecciones de ellos, estos no sufren. Los que no lo ven así, se quedan atorados en el  sufrimiento, en la angustia y la amargura.
Todo mundo anhela vivir en felicidad y armonía permanente, pocos lo logran. Sólo la encuentran y lo viven por momentos pequeños. La navidad y el año nuevos son esos espacios donde la gente se siente feliz. Se reúne con su familia, los resentimientos se esfuman por unos momentos y hasta en los escenarios de guerra, los bandos enemigos piden una tregua. Hace tiempo miré una película donde dos bandos enemigos decretan una tregua y hasta los soldados se reconcilian y brindan por sus vidas, claro sin el consentimiento de sus superiores, pero esa es la condición humana.
 Cuando aprendemos a vivir la vida como una experiencia irrepetible, sin condicionamientos, ni expectativas, esta fluye como un río, libre y sin que nada detenga su corriente. Durante su trayecto se puede encontrar con muchos obstáculos, un árbol caído, piedras o un dique, ni eso frena su camino. Así debería ser nuestra vida, como un río que se abre paso y fluye, hasta que llega a formar un lago o más aún se funde con el mar, con la totalidad.
Nosotros también formamos parte de una totalidad, pero nos sentimos separados. Pensamos que cada uno venimos a vivir nuestra vida por obra y magia del destino, el azar o la voluntad de un Dios. No creemos que nosotros somos Dios en potencia y somos creadores y como tales forjamos nuestro destino, nuestra vida. Y dependiendo de la calidad de nuestros pensamientos dependerá nuestra calidad de vida.
 Si nuestros pensamientos son tormentosos, por ejemplo que la vida es difícil, que el dinero no se obtiene fácil o que el amor es complicado, así va a ser. Desafortunadamente ese es el programa o software que nos han instalado desde pequeños y se repite por años en las escuelas y en otras instituciones de educación informal.
Esa es nuestra condición humana, forjada a través del sufrimiento, de las falsas creencias, del desamor y la competencia. No está cimentada en el amor, en la compasión, la generosidad, la solidaridad, sino en la competencia y el desencuentro, el juicio y la descalificación. Yo soy mejor que tú, tengo más poder, más amoríos, más dinero. El más es uno de los factores que rebajan la condición humana al sufrimiento y a la lucha por la sobrevivencia. Es tiempo de reflexionar sobre nuestro accionar. Desde donde actuamos, desde nuestro Centro, inspirados por la voz de nuestro maestro interior o de los tiranos que gobiernan nuestra psique.

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