Falso conocimiento



Prócoro Hernández Oropeza
Uno de los grandes pilares del conocimiento es la filosofía. Pero hay de filósofos a filósofos, unos escriben con el corazón y desde ahí tratan de explicar el origen del mundo, de los pensamientos, del amor, la sabiduría, la ética o la virtud. En fin, de todos aquellos aspectos que nos aportan luz sobre nuestra esencia y razón de ser. Hay otros filósofos que  escriben sendas teorías y publican muchos libros, pero su auditorio está reducido a un pequeño grupo de intelectuales que aparentemente sólo se entienden entre ellos. Lo peor es que usan un lenguaje rebuscado, con muchos recovecos, cientos de citas de otros autores, con lo cual presumen su gran sapiencia. Sin embargo aportan poco para el esclarecimiento de nuestra razón de ser. Son, como diría mi maestro, una máquina intelectuolodide que escribe a partir de su centro intelectual sólo para enredar más el mundo de la razón.
Hace un par de días me tocó escuchar a uno de los hombres considerados como gran filósofo moderno vivo. Me refiero a Fernando Savater, intelectual español del cual no he entendido bien su propuesta filosófica sobre el amor. El presentador de televisión  lo calificó como un gran maestro.  Savater habló sobre el internet, su importancia y sus impactos en la vida moderna. Nada fuera de lo común para un gran filósofo.
Hace tiempo intenté leer uno de sus libros de mayor éxito: Ética como amor propio. Confieso que no pude entenderlo. Cuando habla de la virtud dice: “Las personas virtuosas existen; ¿cómo es posible? ¿Cómo puede haber hoy alguien que merezca ser tenido por virtuoso, por decente? Savater se contesta: el virtuoso fabrica su virtud a pesar o por lo menos al margen de las urgencias de su cuerpo natural, de su condición histórica y cultural, de sus ambiciones y apetitos, sino precisamente  con todos estos elementos. La virtud, prosigue, es algo que puede ser visto, que puede ser reconocido a simple vista en el espacio público donde ocurre la interacción social. No es un motivo ni una intención, sino un ejercicio. Porque si alguien llegase a descubrir las intenciones del virtuoso, entonces dejaría de ser virtuoso.
Desde esa óptica savateriana, pareciera que las virtudes son algo externo al hombre, algo que debe ser reconocido o bien como una imitación de valores o de actos excelentes que han hecho otros virtuosos. Para mí, las virtudes forman parta de la naturaleza del hombre, son intrínsecas a él, sólo que están sumergidas o embotelladas por los tantos yoes que gobiernan su alma. Para ser virtuoso, el hombre tiene que conectarse con esa sabiduría interna, con su maestro interior, con el amor, que es la madre o fuente de las virtudes. Virtudes como humildad, paz interior, castidad, generosidad, templanza, diligencia y gusto por lo que otros tienen.
La virtud no se fabrica para presumirla, sino para compartirla, pero sobre todo para ser y vivir como Dios es, amar como Dios ama, ver a cada hombre como una expresión de Dios.
Por ello en ocasiones, simples cuentos como este que a continuación expongo, dan más sabiduría que un filósofo reconocido y vanagloriado como tal.
Falso conocimiento

Un hombre  se presentó a un maestro con la solicitud de que lo aceptase como discípulo.
El maestro lo interrogó acerca de sus conocimientos:
-¿Qué es para ti lo real?
- Todo lo que nos envuelve es fenoménico. La verdadera naturaleza de lo real es el vacío -contestó el hombre, contestando como uno de esos filósofos de gran altura.
En aquel mismo momento el maestro le pegó un fuerte golpe. Lleno de ira, el visitante se levantó amenazante.
-Si todo es vacío, ¿de dónde te viene esa furia?
-preguntó el maestro.

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