El arte de escribir, el poder de la palabra




1ª parte y 2a parte

Prócoro Hernández Oropeza

Para muchos escribir es un dolor de cabeza, un trámite; para otros es vivir, gozar; es reinventarse, parir, encontrarse o renovarse. Por desgracia no todos tienen esa habilidad, el don para otros. En mis inicios, la escritura no se me daba mucho, me costaba hilvanar unas frases, una idea completa. Le daba muchas vueltas y desperdiciaba muchas hojas, esto cuando no había computadoras.
Cuando por fin pude enfrentarme al espacio en blanco y escribir lo que me diera en gana, o lo que me proponía decir al lector, esto se hizo más fácil. Pero ¿de dónde viene la inspiración o la idea, lo que se quiere transmitir? A veces de un simple pensamiento, de un recuerdo, una intención, pero no siempre. Porque cuando se hace sólo desde la mente, desde el simple raciocinio, la cuestión se complica. Se pueden escribir muchas cuartillas, pero cuando viene desde la mente, esa escritura no dice nada, es estéril, superflua, vana.
Entonces lo que se escribe está cargada de adjetivaciones, descalificaciones, o bien de vanaglorias personales o favoritismos, ensalzamientos o endiosamientos falsos. En cierta experiencia interna pregunté cómo podía escribir sin caer en estos lodazales mentales. Mi maestro interior me dijo: cuando escribas conecta tus manos con el corazón, con esa fuente de luz que es tu sabiduría interna. Obviamente se refiere a ese templo corazón donde habita esa radiante luz, que es nuestro dios interior. Desde entonces intento hacerlo de esa manera, no siempre sale como lo deseo, pero es un acercamiento a esta enseñanza y cada día aprendo, todos los días hay aprendizajes.
¿Qué es el escritor? se preguntaba el escritor español José Luis Sampedro, sino un albañil de sueños, un constructor de castillos en el aire con millares de palabras. Los materiales pueden hallarse en cualquier parte. Los proporciona la gente, las lecturas, los cuadros, los espectáculos y por supuesto el propio mundo interior.
En cambio, para otro escritor, Francisco Umbral, se puede escribir con whisky o sin whisky. A máquina o a mano (los malos autores lo hacen con computadora). Vaya opinión anticuada, dirían algunos. Se puede escribir siempre, si se es escritor, como el pianista puede tocar siempre. Nietzsche, Wittgestein, los estructuralistas, etc. han dejado claro que sólo existe la palabra, incluso para la filosofía. El lenguaje habla por nosotros, todo lo hace la palabra escrita.
Y es verdad, cada persona tiene un estilo, hábitos y circunstancias que lo orillan a escribir. Sin embargo, a quienes les gusta escribir saben que existen ciertas condiciones para ello: una motivación o propósito, unas circunstancias, unos procedimientos y una técnica. José Luis Martínez, en su libro Problemas literarios, señala ciertas características que deben estar presentes en un escrito: Naturalidad, técnica, estilo y visión del mundo.
Qué es el lenguaje, sino una desierta creación intelectual, señala José Luis Martínez. La fuerza que lo crea, lo mantiene y lo renueva es una humedad espiritual que hincha y transmuta los secos moldes de las palabras para comunicarles aquella vida que el escritor pueda destinarles. Así como el jardín solicita abonos y humedad, tierra, aire, cultivo, el espíritu también los requiere. Y la técnica es la natural disposición de la tierra o de la lengua para que pueda recibir su legado: la rosa en el jardín, el poema, la novela o el cuento en la literatura.
Los más elementales movimientos y ritmos humanos se reflejan en las estructuras mentales, que vienen a ser como otros cuerpos gemelos viviendo una vida semejante a la que reproducen. Esto significa que todo escritor debe aprender que las esencias de toda comunicación literaria repite la mecánica de la vida: nacimiento, ascensión, la caída y el descenso cumplido. En suma, dice José Luis Martínez, aprendemos las esencias del arte en cuanto sus estructuras repiten los movimientos y los ritmos con que se mueve la vida misma del hombre y de todas las criaturas de la tierra.


2ª parte
Prócoro Hernández Oropeza

"En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios. Todas las cosas por él fueron hechas" (Jn. 1:1-3).

Sin duda, en el axioma bíblico anterior se describe el poder del verbo, de la palabra, la intención. La palabra es la espada, un arma poderosa con la cual se puede crear o destruir. Dios creó todo el universo, lo que nos rodea con el verbo y como él otros cosmocratores tenían el poder de crear mundos y universos. Nosotros también somos creadores y con nuestras palabras, pensamientos e intenciones creamos nuestras realidades. Eso es verdad pero no lo creemos, por lo cual es importante recalcar en este aspecto.
Los estudiosos afirman que los lenguajes primarios, como las runas nórdicas, el sánscrito, arameo y aún el hebreo, tenían una alta frecuencia de vibración y algunos lenguajes, como las runas tenían una vibración muy cercana al lenguaje angélico. El angélico es un lenguaje que tiene el poder del Fiat, hágase la luz. Con sólo pronunciar una palabra o mantra se podía materializar un pensamiento o idea. De ahí la importancia de la palabra, escrita o hablada y por supuesto de quienes escriben, los escritores.
En el artículo anterior, sostengo que la forma en que escribimos refleja nuestra personalidad, nuestra esencia. Los más elementales movimientos y ritmos humanos se reflejan en las estructuras mentales, que vienen a ser como otros cuerpos gemelos viviendo una vida semejante a la que reproducen. Esto significa que todo escritor debe aprender que las esencias de toda comunicación literaria repite la mecánica de la vida: nacimiento, ascensión, la caída y el descenso cumplido.
Este respeto por los movimientos y ritmos de la vida es lo que proporciona una de las virtudes más grandes del escritor: la naturalidad. Naturalidad es la expresión conformada de acuerdo con lo natural y lo poseído en común, pero muchas personas que han decidido a tomar la pluma, sentencia Martínez, han perdido esa aptitud original. Una represión extraña les impide escribir como hablan. Por ello los escritores no tienen porque contradecir la naturaleza, sino reproducirla de acuerdo a su armonía y su mesura.
En este sentido, los escritores no deben menospreciar la técnica, cuya misión, además de  devolverlos a la proporción y a la armonía, les reenseña la original arquitectura de las formas naturales que han olvidado. Técnica es la reducción a la lógica y a la naturaleza, la estructura acordada a las formas mentales y el aprovechamiento artificioso de los recursos del lenguaje y de las reacciones de la sensibilidad.
No confundir naturalidad con estilo, pues este último es el espíritu de esos escritos –y no su esqueleto lógico-, es la humedad espiritual que el autor les ha comunicado. Estilo, de acuerdo a Torres Bodet, es la cualidad inviolable y la proyección de la personalidad humana. El estilo nada tiene en común con la gramática ni en la aplicación de unas reglas ni en la reducción de un producto literario a cierto mecanismo acordado por los gramáticos, en complicidad con los modelos lingüísticos; es en cambio cuanto vence y burla esos preceptos. No obstante, estima José Luis Martínez, estilo y técnica, a pesar de las diferencias que las separan, precisa un acuerdo que las una, tal el que reina entre los huesos y el alma de un cuerpo.
El estilo y la técnica también deben reflejar los estados interiores del escritor o de cualquier persona. Pero ¿de qué estados hablamos? En nuestro interior coexiste la dualidad. Por un lado la parte oscura, nuestros pensamientos, emociones y acciones negativas, por otro las positivas, las que se correlacionan con el amor y sus virtudes. Las otras son el reflejo de nuestros demonios internos o defectos psicológicos. Por ello debemos ser cuidadosos, no sólo cuando escribimos, también cuando hablamos y más aún observar nuestros pensamientos. Ellos reflejan nuestro estado interior y se va a reflejar o proyectar en nuestro exterior. Por ello, los maestros dicen: cuida tu boca porque lo que sale de ella afecta al universo y ya no será el mismo, ni antes ni después.
Continuará

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