Amor, eterno perdón
Prócoro Hernández Oropeza
El amor y el resentimiento son substancias incompatibles. En
el amor no puede existir resentimiento, porque el amor es eterno perdón. Dicen
los maestros que si las personas pudieran amar y ser amadas, las guerras
desaparecerían, no habría discordias y viviríamos en el paraíso.
Infortunadamente vivimos en un mundo donde el desamor
prevalece, ora traducido en odio, rencor, envidia, lujuria, destrucción,
violencia, orgullo, vanidad e intolerancia. La mente intoxicada por el ego mata
al amor, lo contamina y destruye. En el peor de los casos lo confundimos con
otra cosa y lo sometemos a los vaivenes de nuestra actitud. Te amo si tú me
amas, te doy amor si lo recibo de ti, pero como la mayoría sólo está dispuesta
a ejercerlo como una mercancía que se intercambia, en realidad nos
desconectamos del amor verdadero y profundo. Lo confundimos con el amor
condicional.
El amor verdadero
siempre va acompañado de la generosidad. Existe amor en aquellos que sienten
angustia verdadera por los sufrimientos de otros. En aquellos que le regalan
una sonrisa al desvalido, a quienes ven a las estrellas y escuchan sus cantos,
a quienes se solazan con un atardecer y su corazón se inflama de pasión. Existe amor cuando de todo corazón ayudamos a
alguien que lo necesita.
El amor se puede expresar no sólo en sentimiento, sino en
acciones como por ejemplo regar el jardín sin que nadie te lo pida, cuidar un
árbol, no tirar basura en la calle, saludar con cortesía un desconocido en la
calle. El amor se expresa a través de las virtudes como la generosidad, la paz
interior, la humildad, la tolerancia.
No confundir la verdadera generosidad con la falsa. Falsa es
aquella que usan los políticos derrochando dinero o cosas materiales para
obtener a cambio un voto. En el fondo lo que quieren es obtener poder, fama y
dinero a través del prójimo. No es tampoco dar una moneda al limosnero para
sentirme bien o pensar que realicé una acción buena para obtener buen karma. La
generosidad verdadera no es de la mente, proviene del corazón, está conectada
con el auténtico amor.
El que ama no guarda rencores ni se enemista con nadie. Sólo
observa a dios en acción o se identifica con lo que es su naturaleza, no la
oscuridad de su semejante. Sabe que en cada persona se manifiesta esa dualidad:
su divinidad o su oscuridad. Y como lo sabe, ya no se identifica con su luna
oscura, con los yoes que gobiernan en su personalidad.
Por ello los maestros afirman que el amor es perdón eterno.
Ante cada circunstancia negativa no nos medramos ni nos identificamos con
ellas. Porque sabemos que las actitudes negativas, los pensamientos y acciones
tóxicas provienen, no de la naturaleza divina del hombre, sino de aquellos
agregados psicológicos que lo mantienen en la ignorancia.
La ignorancia es uno de los factores que nos mantienen en
ese estado de inconsciencia y desamor. Ignoramos cómo conectarnos con el
verdadero amor y por supuesto con las virtudes, que son su manifestación. Las
virtudes son como los pétalos de una flor. Sólo que debajo de esos pétalos se
encuentra enroscada un serpiente, el ego. Cuando ignoras estos detalles, esa
serpiente se apropia de la virtud y la convierte en falsa. Crees que estás
haciendo un bien con tus acciones y estás haciendo lo contrario. Esto se da
cuando tu acción está conectada a la mente (mente egotizada) y no al amor.
En el amor no caben medias tintas. Amas o no amas. Si hay
resentimiento no hay amor.
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