La voluntad del guerrero
La voluntad es una palabra con un alto simbolismo en la vida cotidiana de los hombres. No me refiero a la voluntad ciudadana, la voluntad del pueblo, sino aquella que nos impele a actuar, a esforzarnos y a disciplinarnos. Según los académicos, la voluntad es la facultad del ser humano para gobernar sus actos, decidir con libertad y optar por un tipo de conducta determinado. También se refiere a la capacidad de esforzarse lo que sea necesario para hacer una cosa: fuerza de voluntad.
Esa fuerza que da la
voluntad es lo que distingue a un hombre de otro. Unos poseen suficiente fuerza
de voluntad y a pesar de las múltiples caídas y descalabros de la vida, se levantan
y pueden construir imperios económicos, políticos o militares. La voluntad es
una fuerza que proviene del Ser, de nuestro real Ser porque nos orienta o nos
obliga a realizar sólo aquellas hazañas
o acciones que pueden tener su trascendencia en el espacio y el tiempo.
Sin esa voluntad no se
habrían inventado todos los artefactos tecnológicos como la televisión, el
auto, la computadora, las naves que se posaron en la luna o aquellas que
traspasan las fronteras del espacio. Sólo pocos logran poseer esa voluntad del
guerrero que lo lleva a triunfar sobre las adversidades.
La disciplina es uno de los
ingredientes fundamentales de la voluntad; sin ella la voluntad se debilita.
Decía el hotelero Marriot: la disciplina es la base del carácter y el carácter
la del progreso. La disciplina nos
genera el temple, templa nuestra conducta y forma el carácter para mover montañas,
inclusive.
La disciplina nos da la
fortaleza para realizar cualquier cambio o acción. Un borracho que desea dejar
de beber, sin esa voluntad, sin la disciplina y la templanza no podrá dejar el
vicio. Puede desearlo, pero del deseo a la acción existe un gran trecho. Pasa
como el sujeto del siguiente cuento:
Una mujer casada con un hombre borracho decidió llevarlo a
visitar a un hombre docto para ver si éste era capaz de convencerlo para que
dejara la bebida.
Una vez ante su presencia, el hombre sabio puso sobre la
mesa dos vasos, diciendo al bebedor:
-Observa atentamente, uno de los vasos tiene agua y el otro
alcohol. Verás lo que ocurre.
En ese momento sacó un gusano y lo metió en el vaso con
agua y el animalito nadó de un lado para otro. Después sacó el gusano del agua
y lo introdujo en el alcohol, donde al cabo de un rato estaba casi
desintegrado.
-¿Qué te parece? -preguntó el sabio al borrachín. ¿Has
visto los efectos que produce el alcohol?
-Desde luego, señor -contestó el aludido-, y le estoy muy
agradecido, ahora sé que nunca me harán ningún mal los gusanos.
En ese borracho no había ni siquiera el deseo de cambiar y acomodó los hechos,
los interpretó a su conveniencia. Si ese deseo de cambiar viniera desde el Ser,
de la fuente de nuestro corazón, el hombre haría cualquier cosa por dejar el
vicio. Se sabe de personas que les viene ese llamado o urgencia interior y
dejan el vicio en cuanto lo deciden. Esa decisión o acto de voluntad viene de
esa fuente interior. Es la voluntad del guerrero. Esa voluntad se construye a
fuerza de disciplina y de carácter. Cuando la intención viene desde la mente
del ego, siempre fallará. Alguien que está con sobre peso, por las críticas de
sus semejantes y porque no se siente a gusto con su cuerpo o porque otros le
dicen que está gorda intenta cambiar dieta o realizar ejercicios físicos. Pero
fracasa a los pocos días o meses y vuelve a caer en la misma rutina. Fracasó
porque fue obligado por el ego de la crítica, del orgullo o la vanidad, no por
un llamado interior que le hiciera pensar en amar su cuerpo realmente. Cuando
la intención viene del ego irá al fracaso casi siempre.
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