El estrés y los egos
Prócoro Hernández Oropeza
El estrés es un síntoma de los nuevos tiempos. Hoy se sabe
que hasta los niños de tres años se estresan, cuando esa palabra, en mi mocedad,
se desconocía por completo, y ni aún en mis tiempos de juventud era una palabra
de moda.
Hoy, por las presiones del tiempo, la incertidumbre, el
ajetreo de las ciudades, el uso indiscriminado de las nuevas tecnologías se generan
tensiones emocionales y estas se reflejan en nuestro sueño, en nuestra paz
interna, tranquilidad y obviamente en nuestra felicidad.
Se afirma que el estrés es la respuesta automática y natural
de nuestro cuerpo ante las situaciones que nos resultan amenazadoras o
desafiantes, traumáticas o complicadas. Las
señales de estrés más recuentes son: Emociones:
ansiedad, irritabilidad, miedo, fluctuación del ánimo, confusión o turbación. En el plano físico se manifiesta en músculos contraídos, manos frías o sudorosas,
dolor de cabeza, problemas de espalda o cuello, perturbaciones del sueño,
malestar estomacal, gripes e infecciones, fatiga, respiración agitada o palpitaciones,
temblores, boca seca, comer en exceso o pérdida de apetito.
En el plano mental: hay excesiva autocrítica, dificultad
para concentrarse y tomar decisiones, olvidos, preocupación por el futuro,
pensamientos repetitivos, excesivo temor al fracaso, canciones psicológicas. En
suma, la mente es un mar agitado por tantos pensamientos que nos restan la paz.
Vivimos en un mundo cada vez más complejo, pero no menos
difícil que el vivido por nuestros antepasados. Mi abuela me contaba que a
principios del siglo pasado, los trabajadores de las haciendas trabajaban de
sol a sol, casi como esclavos y a pesar de esa rudeza no se sentían estresados.
Llegaban muy cansados físicamente pero tenían sus ratos de alegría.
Psicológicamente estaban preparados a vivir su vida de esa manera. Así vivieron
sus padres y ellos heredaban esas mismas condiciones. Eso no significa que la vida era mejor.
Hoy se trabaja menos, pero la lucha por la sobrevivencia
parece ser más difícil y eso pone al individuo en una situación de
incertidumbre en el plano laboral y económico. Ante tantas preocupaciones y
tensiones vienen el estrés y con ello problemas de salud, algunos muy graves
como los infartos cardiacos.
Ese estrés puede ser evitado si nos desidentificamos de esos eventos que son
captados por nuestros sentidos. Ante la falta de dinero o de trabajo, la
preocupación sólo nos quita energía y nos inhibe a actuar. La preocupación se
da en el plano mental y claro que afecta el plano emocional. La mente te
cuestiona ¿ahora qué vas a hacer? Mira, no tienes trabajo, ¡qué vergüenza! El
ego te cuestiona, descalifica, te hace sentir malo. En el plano emocional, el
miedo te hace presa de su oscuridad, te hace ver un futuro terrible, como un
callejón sin salida.
Ante el estrés, el agobio o la ansiedad, lo mejor es
respirar, calmar esos pensamientos enloquecedores, las voces de los egos y
confiar. Confiar en nuestro guía interior, en esa sabiduría interna que saldrá
a flote cuando la invoquemos. Y si confiamos y dejamos de resistir ese miedo o
angustia, vendrá la claridad y la ayuda. Estamos invocando a la energía de la
abundancia, de la generosidad y la bondad del universo.
Desidentificarnos primero de todos los dramas que a diario
vivimos, ese es el primer paso. Saber que cada obstáculo o problema que
enfrentamos en el día a día es una enseñanza, una señal de algo que debemos
cambiar, o bien saber que con ello estamos pagando un karma, algo que hicimos
en el pasado y debemos retribuir. El objetivo es trascender la dualidad y
vivir, en forma permanente, en armonía y paz interior, a pesar de los
contratiempos y dramas. La esperanza es un buen antídoto contra la depresión.
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