A dónde me llevan mis pasos


Prócoro Hernández Oropeza

Cuando era pequeño me fascinaban los caminos que se cruzaban por el rostro de mi pueblo. Algunos tenían algún final, otros se perdían en la medianía del horizonte. Estos últimos me intrigaban, ¿a dónde irán a parar? me preguntaba. La mayoría eran caminos de terracería por donde transitaban personas y animales, uno que otro vehículo, cuando eran transitables, porque cuando llovía semejaban pequeños riachuelos y en algunas partes formaban algunas barrancas.
Cuántos años, cuántas lunas, cuántos pasos, cuánta agua ha caído sobre ellos. Pero sobre todo impresiona saber que miles de pisadas se requirieron para formar esos caminos que siempre llevan a alguna parte. Aunque también existen los caminos imaginarios, esos que nos llevan  a muchos sitios, tan sólo con la imaginación.
El poeta español Antonio Machado, en sus proverbios y cantares (XXIX), que popularizó con su canción “Caminante no hay Camino” Joan Manuel Serrat, hermosamente nos alumbra otros aspectos de los caminos:
Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
Caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.
Al andar se hace el camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante no hay camino
sino estelas en la mar.
Y eso es la vida. A pesar de los caminos trazados y toda la cartografía existente, el mejor camino es el que cada uno realiza y transita.  Al andar se hace camino y al volver la vista atrás, queda el pasado, la senda que ya no volveremos a pisar. De hacerlo nos convertiremos en piedra de sal como la mujer de Lot, sobrino de Abraham. Se les había advertido, los ángeles les advirtieran que salieran de la ciudad porque iba a ser destruida. Como fueron sacados casi a la fuerza, pues no querían perder sus posesiones, amigos y fama, la esposa desobedeció y se convirtió en estatua de sal.
Eso mismo nos llega a pasar cuando en vez de avanzar, husmeamos en el pasado, sentimos nostalgia por lo que fue o por lo que no fue, por nuestra fama, nuestra belleza y quedamos atrapados en ese espacio pétreo. Eso impide avanzar, seguir nuevos derroteros, trazar nuevos caminos y ver las estelas en la mar.
En otro poema, Machado nos dice:
Yo voy soñando caminos
de la tarde. ¡Las colinas
doradas, los verdes pinos,
las polvorientas encinas!...
¿A dónde el camino irá?
Yo voy cantando, viajero
a lo largo del sendero...
—La tarde cayendo está—.
No importe adónde me lleve este o el otro camino. Sólo hay que disfrutarlo. Disfrutar las colinas doradas, la sonrisa del árbol, oír el trino de los pájaros, cantar las canciones del alma para hacer nuestro viaje menos pesado, más llevadero.
¿Y cuál es el camino? Cada uno debe diseñarlo, no desde lo que dictan los libros, la historia, los familiares, la sociedad o el gobierno, sino desde el corazón, guiado de la mano de su Real Ser. Entonces encontrarás el camino ansiado, el camino de retorno a casa. De esa casa de la que hace centurias o milenios salimos a buscar respuestas o simplemente a observar la creación del creador, del gran Padre/madre.
Soñar caminos, los caminos de la vida, pero sobre todo aquellos que nos conducen al amor y a la sabiduría, al encuentro con nuestra divinidad.

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