Sombras nada más



Prócoro Hernández Oropeza


Afirman los maestros que la primera creación del Verbo Divino fue la LUZ, de ahí que el lenguaje pueda volverse así mismo LUZ. En su origen era luz, luego con el tiempo ese lenguaje se fue olvidando y deformando, de tal forma que ahora hablamos distintos lenguajes. Todos esos lenguajes que sobreviven provienen del idioma original, el de la luz, cuando el verbo era Fiat, creación.
Hemos escuchado la historia de la Torre de Babel. En el libro del Génesis se afirma que en una época todo mundo hablaba el mismo idioma  y empleaban las mismas palabras, lo que facilitaba la comunicación;  todos se entendían hasta que los hombres de esa época decidieron construir una torre “cuya cúspide llegue al cielo”. Cuando el señor bajó a ver la ciudad y la torre, decidió “confundir” su lengua, para que ya no se entiendan unos a otros.
Es obvio que esta es una metáfora que esconde un profundo conocimiento, develado también en el antiguo testamento: la caída de la raza adámica o lemúrica. En esa raza se hablaba una sola lengua divinal, de luz, al ser corridos del paraíso y llegar a esta tercera dimensión esa lengua se perdió, sólo quedan pálidos reflejos de ella en los idiomas presentes.
El mito de la torre de Babel aparece curiosamente en distintas culturas y muy alejadas, por cierto.  El Corán sitúa el mito en el Egipto de la época de Moisés. En la antigua Cholula, el dominico Diego Durán refiere el mito de que la construcción de la gran pirámide de Cholula se edificó con objeto de arrasar el cielo. Vino entonces su destrucción por parte de los dioses y la confusión de las lenguas de los trabajadores. Entre las leyendas toltecas se cuenta casi lo mismo. Historias idénticas corren por Nepal y el norte de la India, así como en China. En todas se habla de una única lengua original, del desafío del hombre a Dios y de la instantánea confusión de lenguas a manos de éste.

Si partimos de que la Biblia refiere metáforas universales que nos cuenta el origen de esta humanidad. Una humanidad que al caer en manos del enemigo oculto, el ego o la sombra de los ángeles caídos, vino la confusión, el alejamiento de lo divino, de la luz, de Dios y entonces nuestra pérdida de conciencia, el adormecimiento. De aquí se deduce que la separación de lenguas significa la fragmentación de la unidad, la división… Y la división nimplicó la caída, porque la voluntad del hombre no puede realizarse si su Ser está fragmentado. La división no fue solo entre personas, fue además en cada uno de nosotros. Vencer la división y alcanzar la unidad, el absoluto, equivale a vencer a las mil cabezas de esa hidra que es el ego, ese cúmulo de “yoes” que van turnándose para reclamar comida, fama, sexo, dinero, diversión, amor, victoria o molestias de ese estilo.
Sólo quedan pequeñas sombras de ese lenguaje, tanto en el plano positivo como negativo. Esto significa que  el verbo puede aún espiritualizar y la palabra derramar sobre quien la pronuncia su sedante acción espiritual; esto se puede  observar en las facciones de aquellos que recitan o declaman.
La Palabra pronunciada, es asimismo, un conjuro para sanar o matar. Personas débiles hay que no soportan palabras duras. Son como notas agrias, estridentes, que no pueden resistir, mientras que las palabras dulces, las llenan de aliento y sirven de alivio.
Un insulto nos excita, nos arrebata. Es un Mantram, como lo es la lisonja. Y es que las
Palabras actúan no tan sólo por la significación que guardan como expresión del pensamiento, sino porque conmueven el astral con su impulso vibratorio dejando en él su huella benévola o perversa.
Al respecto, el venerable Gandhi escribió lo siguiente:

 “Cuida tus pensamientos por que se volverán palabras
Cuida tus palabras por que se volverán actos
Cuida tus actos por que se harán costumbre
Cuida tus costumbres porque forjarán tu carácter
Cuida tu carácter porque formará tu destino
Y tu destino será tu vida…”

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