Olimpismo y humanidad
Prócoro
Hernández Oropeza
El hombre ha buscado diversos caminos para trascender.
Unos lo hacen a través de la política,
otros en la ciencia, el arte, negocios o el deporte. Otros, los oscuros, lo
hacen con el crimen, la violencia, el robo o la extorsión y el engaño. En estos
días estamos presenciando los juegos olímpicos, una especie de descanso,
recreo, fantasía, fascinación y éxitos.
El deporte se convierte en una plataforma que permite,
aunque sea por unos días, hermanar al planeta y admirar el empuje, sagacidad,
templanza y disciplina de hombres y mujeres que dan lo mejor de sí, con tal de
poner en alto su personalidad, su país y a la raza humana. Vemos como se rompen
récords de velocidad, realizan piruetas maravillosas en las barras o saltan
como peces en las piscinas.
En las fuertes competencias observamos cómo algunos
países siguen demostrando su fuerza y conservando el dominio en algunos deportes
y acumulando medallas de oro, plata y bronce. Antes se disputaban los primeros
lugares la antigua Rusia Socialista y Estados Unidos; ahora, luego que se
disolviera la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas, es China quien va por
arriba de la potencia americana.
Dicen los historiadores que al ciudadano griego Oxilos se
le debe la celebración de los primeros juegos olímpicos, allá en el año 776
a.C, en Olimpia, en la península mediterránea de Peloponeso. Se celebraban en
honor al dios Zeus, cada cuatro años en verano. Aunque la idea partió de Oxilos
estos empezaron a celebrarse por iniciativa del rey Ifitos de Élida.
Hoy no se realizan en honor de un Dios en particular,
seguramente cada atleta lo brinda al Dios de sus creencias, pero no menos al
Dios de la fama, al ego de la vanidad y el orgullo y al dinero. Aunque en la
Grecia de antaño los atletas vencedores sólo recibían una corona de olivos, también adquirían fama y prestigio y algunos ayuda material de los poderosos de
su época. En sus ciudades natales se levantaban estatuas a los vencedores y se
escribían poemas en su honor. A su regreso, los triunfadores recibían una
bienvenida de héroes, con un desfile por las calles. También los podían
recompensar con dinero, obsequios, se les eximía de pagar tributos, o se les
daban boletos de primera fila para espectáculos públicos.
Los atletas modernos, aparte de ganar medallas de oro
también reciben buena dote de dinero, fama y por supuesto contratos millonarios
para firmas publicitarias. Es el premio a su esfuerzo y a un deseo por
trascender del montón. El número de medallas también reflejan el nivel de
desarrollo económico y deportivo, pese a que existen algunas rarezas o
singularidades. Atletas de países muy pobres que logran destacar en oro, como
Jamaica, Cuba o Sudáfrica.
China, el dragón amarillo que ha despertado, se dice, se
está convirtiendo en la primera potencia económica, desplazando al soberbio
país de las estrellas y las barras. Ya lo empieza a reflejar en el tablero de
medallas, lo cual habla de su empuje y capacidad también en el plano deportivo.
Nuestro país no ha alcanzado aún una medalla de Oro, sólo
plata y bronce, lo cual revela también nuestro nivel de desarrollo. Somos un
país de contrastes en todos los sentidos, aunque a veces son más las noticias
negativas que positivas, lo cual nos debe hacer reflexionar sobre nuestra
identidad como mexicanos. Entender que no todos somos negativos, ni violentos;
existen muchos valores positivos por los cuales debemos sentirnos orgullosos.
Pero sobre todo, saber que lo mejor está en nuestro interior, aunque opacado
por nuestros defectos psicológicos.
Algún día habrá luz y sabiduría para ser mejores mexicanos, mejores hombres y
mujeres, humanos plenos y endiosados.
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