Música, gobierno y sociedad
Prócoro Hernández Oropeza
La música es
expresión del alma, ni duda cabe. Como el alma está contaminada por los egos o
defectos psicológicos, la música puede ser expresión de esa oscuridad o de la
luz, del Espíritu, de nuestra esencia divina. En otra entrega afirmé que la música es como un alimento
para el alma, pero hay de música a música.
Hay música que fertiliza la esencia del alma y otro tipo de música que
la mantiene en la prisión de la ilusión o del sufrimiento o también de los
egos.
La
música que fertiliza la esencia del alma es como el agua que alimenta y
fortalece un bello rosal, entonces brotarán de esta alma preciosas flores que
se expresarán de distintas maneras.
En
cambio la música que refleja el dolor, el sufrimiento, la tristeza, ira o
lujuria nos aleja de la armonía y la divinidad.
La
música refleja el estado de ánimo de un país o una comunidad. Afirma Lin
Yutang, en su libro La sabiduría de Confucio, que “la música surge del corazón
humano. Cuando son tocadas las emociones, éstas se expresan en sonidos, y
cuando los sonidos toman formas definidas, tenemos la música. De esta manera,
la música de un país pacífico y próspero es tranquila y alegre, y el gobierno
ordenado; la música de un país agitado revela descontento y cólera; y la música
de un país en decadencia revela pena y nostalgia del pasado, y el pueblo está
angustiado. Así, pues, vemos que la música y el gobierno están directamente
vinculados entre sí”.
Si ponemos atención por la radio, observe qué tipo de
música predomina. Sin duda la música de banda, los corridos o la ranchera, sin
olvidar a lo que suelen llamar el “género romántico”. La música de banda, me refiero a la
sinaloense, porque hay de bandas a bandas, la original daba fe de los amoríos,
ilusiones o la cotidianeidad rural de la época. Cuando surge y se incrementa el
narcotráfico y la violencia esa música se tornó agresiva. A ritmo de tamborazos
y trompetas y trombones rinden homenaje a los violentos, a los rencores pasionales
y a la muerte. En los raperos se devela desencanto, rebeldía, resentimiento y
odio, como lo fue en los sesentas con diversas tonalidades, el rock.
Las canciones de Pedro Infante, Jorge Negrete, José
Alfredo Jiménez y aún del “Chente” Fernández, cantan al amor idílico,
románticón, salpicados por agravios pasionales del ego del orgullo,
resentimiento y algo de tintes pasionales de la lujuria. Entonces el matrimonio
se mantenía más o menos estable y los vínculos familiares también en aparente
armonía, dominados por el autoritarismo patriarcal. Eso mismo se reflejaba en
el ámbito del gobierno, un estado autoritario y en aparente estado de paz
social.
Volviendo a Lin Yutang, nos dice que la nota musical Do
es el símbolo del rey; la nota Re es el símbolo del ministro; la nota Mi es el
símbolo del pueblo; la nota Fa es el símbolo de los asuntos del país; y la nota
Sol es el símbolo del mundo natural. Cuando las cinco claves se disponen en
orden, no tenemos sonidos discordantes. Cuando la clave de Do pierde su
tonalidad, la música pierde su fundamento y el rey descuida sus deberes. Cuando
la clave de Re pierde su tonalidad, la música pierde su graduación, y los
ministros se tornan rebeldes. Cuando la clave de Mi pierde su tonalidad, la
música es triste y el pueblo se siente desgraciado. Cuando la clave de Fa
pierde su tonalidad, la música es plañidera y los asuntos del país se
complican.
Cuando la clave de Sol pierde su tonalidad, la música
sugiere peligro, el pueblo sufre pobreza. Cuando las cinco claves pierden su
tonalidad y se perturban entre sí presenciamos una disonancia general, y la
nación no tendrá mucho tiempo de vida.
Nuestro país está a un punto de arribar a una disonancia.
No existe credibilidad en el gobierno ni en sus instituciones, menos en los partidos.
Sólo el triunfo de la selección azteca en los Olímpicos nos dio un poco de
respiro y de identidad y no abrió las puertas a la esperanza. La esperanza de
que podemos trascender cualquier obstáculo, por grande que sea.
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