Hombres de verdad
Prócoro Hernández Oropeza
Un hombre verdadero es aquel que ha encontrado su destino, su razón de ser, su mismidad y su otredad. Como hombre verdadero sabe que su mismidad es divina, pura, casta, privilegiada y magnificente. Ello no implica que se olvide de su otredad, de aquello que no es o no le pertenece; esa parte oscura: sus vicios, malos pensamientos, defectos psicológicos, emociones intoxicadas y acciones no virtuosas. Reconoce su dualidad pero no se identifica con ella. Está más allá del bien y el mal. Sabe que el bien y el mal son dos conceptos que forman parte de la dualidad en que vive el hombre, pero dependiendo de su interpretación serán sus consecuencias. Nada es bueno ni malo, todo tiene precios, características y consecuencias. Un hombre verdadero ha dejado de ser una máquina humana, sólo gobernada por sus cinco centros inferiores: intelectual, emocional, instintivo, sexual y motriz. Son esos cinco centros que, controlados por los egos o defectos psicológicos, lo mantienen en la mecanicidad, como autómata, en la ilusión de que esa es su realidad. Por ello, cuando el filósofo griego Diógenes salió a una plaza de Atenas en pleno día portando una lámpara, mientras caminaba decía: “Busco a un hombre”. “La ciudad está llena de hombres”, le dijeron. A lo que Diógenes respondió: «Busco a un hombre de verdad, uno que viva por sí mismo, no un indiferenciado miembro del rebaño”. Lo que Diógenes buscaba era un hombre despierto, realizado, no uno del montón. De esos que viven como máquinas, dormidos en la ilusión del ego. Lo cierto es en pleno siglo XXI la mayoría de los hombres seguimos dormidos, somos rebaños gobernados por nuestros instintos y pasiones, manipulados y vapuleados por los defectos psicológicos que gobiernan nuestra psique. Un hombre de verdad, una mujer verdadera ha descubierto cuál es su identidad, su razón de ser. Sabe que su destino no es el fracaso, dolor, miseria, enfermedad y muerte. Su propósito es trascenderlos y recuperar su divinidad, su complitud. Entiende que en él/ella radica la misma energía, la misma fuerza, el mismo poder que está en todo el universo. Esa energía en la cual nosotros nos movemos, respiramos y la expresamos a través de nuestros pensamientos, emociones y acciones (voluntad). Cuando pensamientos, emociones y voluntad sólo expresan a ese verdadero hombre, entonces reconocemos que somos parte de una unidad, de una sola voluntad, voluntad divina. Entonces permitimos que se haga la voluntad de Dios no la mía. ¿Qué significa esto? Eso no implica que yo no deba realizar ninguna acción o me quede quieto esperando que Dios resuelva todos mis asuntos. Significa que me dejo guiar por mi Ser, mi Dios interno porque él sabe el camino y de él emana la sabiduría. No permito que mis acciones o pensamientos y emociones sean guiadas por el ego, porque de hacerlo voy a ir al fracaso, la pena o la decepción. Un hombre verdadero no juzga, no critica, ni se identifica con sus eventos, los observa y los disfruta pero desde afuera, desde los ojos del Ser. No es fácil este camino, para llegar a esto se requiere mucho trabajo psicológico, auto observación y eliminación de emociones, pensamientos tóxicos y de acciones que afectan negativamente a otros. Un hombre verdadero, auténtico disfruta el momento a momento, el aquí y ahora. El pasado y el futuro son sólo cuestiones mentales; el primero sólo es historia, el segundo sabe que no existe aún y entonces lo construye en tiempo presente, viviendo como si fuera el último instante de su vida. Ya no vive mecánicamente, lo hace en pleno disfrute y armonía.
Un hombre verdadero es aquel que ha encontrado su destino, su razón de ser, su mismidad y su otredad. Como hombre verdadero sabe que su mismidad es divina, pura, casta, privilegiada y magnificente. Ello no implica que se olvide de su otredad, de aquello que no es o no le pertenece; esa parte oscura: sus vicios, malos pensamientos, defectos psicológicos, emociones intoxicadas y acciones no virtuosas. Reconoce su dualidad pero no se identifica con ella. Está más allá del bien y el mal. Sabe que el bien y el mal son dos conceptos que forman parte de la dualidad en que vive el hombre, pero dependiendo de su interpretación serán sus consecuencias. Nada es bueno ni malo, todo tiene precios, características y consecuencias. Un hombre verdadero ha dejado de ser una máquina humana, sólo gobernada por sus cinco centros inferiores: intelectual, emocional, instintivo, sexual y motriz. Son esos cinco centros que, controlados por los egos o defectos psicológicos, lo mantienen en la mecanicidad, como autómata, en la ilusión de que esa es su realidad. Por ello, cuando el filósofo griego Diógenes salió a una plaza de Atenas en pleno día portando una lámpara, mientras caminaba decía: “Busco a un hombre”. “La ciudad está llena de hombres”, le dijeron. A lo que Diógenes respondió: «Busco a un hombre de verdad, uno que viva por sí mismo, no un indiferenciado miembro del rebaño”. Lo que Diógenes buscaba era un hombre despierto, realizado, no uno del montón. De esos que viven como máquinas, dormidos en la ilusión del ego. Lo cierto es en pleno siglo XXI la mayoría de los hombres seguimos dormidos, somos rebaños gobernados por nuestros instintos y pasiones, manipulados y vapuleados por los defectos psicológicos que gobiernan nuestra psique. Un hombre de verdad, una mujer verdadera ha descubierto cuál es su identidad, su razón de ser. Sabe que su destino no es el fracaso, dolor, miseria, enfermedad y muerte. Su propósito es trascenderlos y recuperar su divinidad, su complitud. Entiende que en él/ella radica la misma energía, la misma fuerza, el mismo poder que está en todo el universo. Esa energía en la cual nosotros nos movemos, respiramos y la expresamos a través de nuestros pensamientos, emociones y acciones (voluntad). Cuando pensamientos, emociones y voluntad sólo expresan a ese verdadero hombre, entonces reconocemos que somos parte de una unidad, de una sola voluntad, voluntad divina. Entonces permitimos que se haga la voluntad de Dios no la mía. ¿Qué significa esto? Eso no implica que yo no deba realizar ninguna acción o me quede quieto esperando que Dios resuelva todos mis asuntos. Significa que me dejo guiar por mi Ser, mi Dios interno porque él sabe el camino y de él emana la sabiduría. No permito que mis acciones o pensamientos y emociones sean guiadas por el ego, porque de hacerlo voy a ir al fracaso, la pena o la decepción. Un hombre verdadero no juzga, no critica, ni se identifica con sus eventos, los observa y los disfruta pero desde afuera, desde los ojos del Ser. No es fácil este camino, para llegar a esto se requiere mucho trabajo psicológico, auto observación y eliminación de emociones, pensamientos tóxicos y de acciones que afectan negativamente a otros. Un hombre verdadero, auténtico disfruta el momento a momento, el aquí y ahora. El pasado y el futuro son sólo cuestiones mentales; el primero sólo es historia, el segundo sabe que no existe aún y entonces lo construye en tiempo presente, viviendo como si fuera el último instante de su vida. Ya no vive mecánicamente, lo hace en pleno disfrute y armonía.
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