Agosto, Augusto a gusto




Se fue agosto, no sin antes hacernos pasar algunos desaguisados. Me refiero a los tremendos aguaceros, la escasez de huevos y el dilema sobre el fallo de la corte con respecto a las elecciones presidenciales.
Cada mes que se va nos deja recuerdos, algunas huellas en la memoria. Unos muy lenitivos o laxos y suaves, otros amargos o pesados. Y no es que los meses sean malos en sí mimos, eso depende de la percepción con que los vivamos o experimentamos. No hay meses ni buenos ni malos, simplemente forman parte de nuestras experiencias de vida.
Agosto se me figura un mes con lluvia, con mucho verdor, atardeceres largos y nublados, pero cuando el sol brilla, quema y lacera nuestra piel. No sé porque los romanos le bautizaron  con ese nombre en honor al emperador Augusto. En el antiguo calendario romano este mes se llamaba "sextilis", porque era el sexto a partir de marzo.
Por vía materna, Augusto era sobrino-nieto de Julio César. Recibió el nombre de su padre, Cayo Octavio Turino, quien pertenecía a la clase adinerada de los équites. Desde muy joven  y gracias a su parentesco con Julio César, Cayo Octavio logró escalar altos puestos en el gobierno romano. A los 15 anos fue nombrado pontífice y requerido por su tío para unirse en la batalla contra Pompeyo. Luego de diversas disputas Octavio se convirtió en líder de todo el Imperio Romano.
El Senado le otorgó el título de Augusto, que asignaba a su persona un carácter sagrado, el de Príncipe, o primero entre sus iguales, lo que le adjudicaba un cierto matiz republicano, ya que era un ciudadano también, y la imposición de una corona de roble y laurel.
Una de sus principales acciones, aparte de consolidar una especie de pax social y de restablecer valores morales, redujo los miembros del Senado, de 1000 a 600, dejando a aquellos que no tuvieran ningún cuestionamiento moral. No obstante Augusto integraba ese cuerpo como Princeps Senatus, o sea como el miembro jerárquicamente superior. El Senado tenía facultad para emitir leyes, llamadas senadoconsultos, que en la práctica, respondían a instrucciones del emperador.

A que vengo con estos cuentos. Sencillamente porque estamos  a punto de iniciar un nuevo periodo gubernamental con un César Augusto priista. Un candidato muy cuestionado por sus gastos excesivos, no sólo durante la campana electoral, sino desde que estuvo al frente del gobierno del Estado de México. Pese a los reclamos de los partidos perdedores, el árbitro ha dicho que todo estuvo perfecto, no ha nada que justifique un fallo en contra del candidato ganador.

Esperemos que el nuevo presidente no se convierta en el nuevo emperator con poderes amplios y se convierta en Princeps Senatus como César Augusto.  Es decir, que el senado y la cámara de diputados se conviertan en entidades serviles, como cuando el PRI era amo y señor de esta hermosa República. Desconozco si dentro de sus reformas contemple reducir de 500 a la mitad los integrantes de la cámara de diputados, como ya otras voces ciudadanas lo han reclamado. La evaluación que algunas instituciones han realizado al trabajo legislativo ha concluido que es muy exigua y son muchos los gastos que genera esa cámara.

Se fue agosto, lo disfruté a gusto, no obstante esas impresiones que me dejó el nombre, dado en memoria de un romano. Allá dejó una profunda huella en su tierra, y siento que de alguna manera sigue marcando nuestros destinos.




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