A qué le tememos
Prócoro Hernández Oropeza
Mucha
gente, tal veza la mayoría, tiene miedo a la muerte. Es parte de nuestra cultura y se nos ha
entrenado a temer a la muerte, pese a que a veces nos burlamos de ella. En el
interior de esa burla, sin duda, está el temor. En las canciones, corridos o en
los cuentos se aborda la muerte de distintas maneras, unas burlándose, otras
ignorándola o dibujándola como un esqueleto, con su capa negra y su guadaña o
como una refinada catrina, idealizada por José Guadalupe Posadas.
En
los cuentos, en la literatura en general, la muerte es objeto de fábulas,
ensayos, prosa y alegorías. No he olvidado aquellas imágenes de Macario,
protagonizada por Ignacio López Tarso. Un filme dirigido por Roberto Gavaldón,
basado en una novela de Bruno Traven, que lleva el mismo título.
La
historia trata de un humilde campesino y leñador llamado Macario que vive
obsesionado por la pobreza que sufre y el temor a la muerte. Debido a la
precaria situación al borde de inanición que viven él y su familia anhela
disfrutar de un banquete sin tener que compartirlo con nadie.
En
su obstinación decide dejar de comer hasta encontrar un guajolote que él pueda
comer solo. Su preocupada mujer le ayuda robando un pavo y Macario sale a la
soledad del bosque para comerlo a escondidas de sus niños. En el bosque se
encuentra consecutivamente con tres enigmáticas personalidades, quienes uno a
uno desean disfrutar de su suculento platillo. Sin embargo, Macario se niega a
compartirlo con los dos primeros: el diablo y Dios. Finalmente llegó la Muerte y con ella si compartió su
pavo. Ella en respuesta le otorgó poderes como sanador y en sus sueños logró
obtener fama y riqueza: el sueño eterno, la muerte.
En
un cuento de Dámaso Murúa, contador de historias de Escuinapa, Sinaloa refiere
que un día Florencio Villa, mejor conocido como
el “Guilo Mentiras” se encontraba muy grave, de repente se le presentó
la parca. La calaca fue directa: Guilo, ya se te acabó el tiempo, prepárate
porque te vas conmigo. El Guilo protestó, le pidió tiempo y decía que todavía
estaba fuerte y no era su momento. Ante tanta negativa de la Catrina, el Guilo
recurrió a una de sus artimañas y le espetó. Bueno, si ya no me queda otra,
dicen que el moribundo tiene derecho a pedir un último deseo. La Muerte, sin
saber las artes del Guilo aceptó a concederlo. Dime qué quieres. El Guilo, con
una sonrisa a flor de labios, le ordenó: bájate las enaguas. La parca, ni tarda
ni perezosa salió huyendo y el Guilo aún sigue contando sus mentiras.
En
otro cuento Indostán, titulado “Llantos y risas”, de autor desconocido,
nos enseña otra forma de ver la muerte:
Un viejo monje agonizaba. A su alrededor, sus compañeros lloraban
cuando el moribundo se rió con tres fuertes carcajadas.
-Dinos, hermano, por qué ríes cuando nosotros te lloramos -preguntaron
los monjes.
-La primera vez me he reído de vuestro miedo a la muerte. La segunda
porque no estáis preparados para afrontarla, y la tercera porque yo paso de la
fatiga al descanso y mientras vosotros gemís. Dicho esto, cerró los ojos y
expiró.
En otras palabras, la muerte es el paso a la eternidad, para después de
un descanso en las dimensiones sutiles retornar o encarnar. Retornar dormido,
sin saber a qué venimos ni cuántas veces o a llegar despierto y disfrutando de
la eternidad, sabiendo que nuestro Espíritu nunca muere.
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