Castigo divino
Prócoro Hernández Oropeza
Casi todas las religiones asumen y lo manifiestan que Dios es castigador. Nos hablan de un Dios casi tirano que sólo está observando nuestros pasos, movimientos y acciones. Dependiendo hacia qué lado caminamos, a la luz o la oscuridad, él nos premiará. Si nuestras acciones de palabra, pensamiento u obras fueron injustas, él nos castigará y en última instancia nos enviará al infierno a expiar todos nuestros pecados.
Esa idea, del Dios castigador, viene desde el viejo testamento, en la religión cristiana y desde entonces ha moldeado nuestra conducta, haciéndonos creer que ese terrible Dios nos pondrá en nuestro lugar cuando muramos. Esa tendencia también la encontramos en la antigua cultura griega con Zeus terrible y poderoso.
Todas esas ideas han desdibujado a Dios, siendo que él es como un padre amoroso y compasivo que sólo desea los mejor para sus hijos. Por ello nos dio el libre albedrío para que experimentáramos la luz o la oscuridad, el amor o el antiamor. En todo caso, son nuestras acciones y errores las que generan sus consecuencias. Es la ley de causa y efecto. Si en esta vida he vivido desencuentros, asaltos, maltratos, pesares, accidentes o enfermedades, son la consecuencia de mis acciones. ¿Qué hice en el pasado, en esta o en otras vidas, que me están generando estos sufrimientos? No son castigos divinos, son las consecuencias de mis acciones.
Decía un maestro: “Nada es bueno, nada es malo, todo tiene precios, características y consecuencias”. Por eso en la biblia se dice que a los ojos de Dios todo es perfecto. ¿Qué significa esto? No significa que Dios se pone contento por lo que me ocurre. No, al contrario, desearía lo mejor para su hijo. Como desconocemos esta ley de causa y efecto culpamos a Dios, al destino, la suerte o a otras personas de lo que nos acontece. Jamás se nos ocurre pensar que fuimos nosotros quienes generamos estas acciones negativas que hoy nos oprimen. Inclusive todo lo que sucede con nuestra familia, comunidad o el país en general, todo es parte de nuestro karma, nuestras acciones, positivas o negativas.
Se dice que en una colina se encontraba un Cristo al que adoraban y le pedían consuelo o agradecían sus milagros. Cierta ocasión llegó un anciano y se postró delante del crucifijo y le dijo: Señor, cuánto yo daría por estar en tu lugar aunque sea un momento. Jesús, al verlo, se compadeció y le respondió: -En verdad quieres estar en mi lugar. El anciano le dijo que lo anhelaba. Jesús sólo le puso una condición: -Veas o que veas, oigas lo que oigas no hagas nada, sólo observa.
Jesús se fue con el cuerpo del anciano y al poco rato llegó un hombre rico, se bajó del caballo, colocó sus alforjas de dinero en una rama y se hincó a orar. Luego se levantó, montó su caballo y se fue, olvidando su dinero. Minutos después vino un pobre labrador y se dispuso a orar y pedir por su familia y su comunidad. Al abrir los ojos vio el dinero, dio gracias a Jesús y se fue muy contento. Más tarde arribó un joven y se dispuso a orar. Para esto el anciano, en el cuerpo de Jesús, sólo observaba. En ese instante regresó el rico y exigió al joven la devolución de su dinero. Como el muchacho no lo tenía, el rico empezó a golpearlo, amenazándolo con matarlo si no le devolvía su dinero. Después de mucho golpearlo, el anciano, en el cuerpo de Jesús, no se aguantó más y con una voz como de trueno le dijo: -Él no tiene tu dinero, dejadlo. Los dos se asustaron al oír esa voz y huyeron despavoridos.
Al poco rato regresó Jesús y le reclamó su actitud por hablar. El anciano le explicó lo sucedido, pero Jesús le dijo: Tú no sabes lo que ha pasado. Ese rico, en otra vida le quitó las tierras a ese pobre labrador y hoy está pagando por ello. En cuanto al joven, en esa misma vida cometió infidelidad al meterse con la esposa del rico y ahora está pagando. Todo es perfecto a los ojos de Dios y cada uno recibe lo que se merece, o más bien lo que sus acciones le han generado.
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