Tardes de junio
Prócoro Hernández Oropeza



Es junio, un mes de promesas, lluvia, calor, nubes, alegrías repentinas o necias. ¿Acaso existen las alegrías necias? Es posible que sí, sobre todo cuando queremos estar felices a pesar de las circunstancias adversas. Un ejemplo: se murió un familiar, por lo regular toda o casi toda la familia, para no generalizar, se pone triste por la partida de ese alguien. Es normal, así estamos acostumbrados.
No obstante algún miembro no siente la tristeza, al contrario se alegra por la partida de ese alguien. Esto no significa que no le haya amado, simplemente sabe que la muerte es algo que debe ser visto como normal, es un nuevo viaje a otras dimensiones, por las cuales hemos transitado muchas veces.
Ahora que estuvieron los monjes tibetanos de Nepal, una persona les preguntó si sentían tristeza porque estaban lejos de su patria. Como saben, muchos monjes, entre ellos el Dalai Lama, se vieron forzados a salir del Tíbet después de la ocupación de ese país por los chinos. Lobsang, el maestro, con una leve sonrisa, respondió: “No, no lo estamos, sabemos que nuestros dirigentes cometieron sendos errores y ahora estamos pagando un karma nacional”.
Es junio, un mes florido, transparente y azul, cargado de nubes y esperanzas. Y hoy, (o sea ayer) es el solsticio de verano, el día más largo del año, marcando el paso de la Primavera al Verano (al mediodía el sol alcanza el punto más alto de todo el año). Los solsticios son aquellos momentos del año en los que el Sol alcanza su máxima declinación norte y máxima declinación sur con respecto al ecuador terrestre.

Es junio y el día 21 no es como cualquier otro. Se dice que la naturaleza, el hombre y las estrellas celebran o deberían celebrar una fiesta, cargada de gran poder y magia. Antiguamente se creía que Hadas y deidades de la naturaleza andan sueltos por los campos. Todos, no sólo los agricultores, debemos dar gracias por el verano, la lluvia, las cosechas, las frutas y por disponer de más horas para cumplir con nuestras tareas y entregarnos a la oración o diversión.

En tiempos antiguos se encendían fogatas en las cimas de las montañas, a lo largo de los riachuelos, en la mitad de las calles y al frente de las casas. Se organizaban procesiones con antorchas y se echaban a rodar ruedas ardiendo colinas abajo y a través de los campos. Todo esto para festejar este tránsito de primavera a verano.
Es junio, un mes que se sacude con el viento y se despoja de los escombros del invierno. Un mes rico en frutas y sonrisas y alabanzas, quizá también desdichas. Por eso muchos poetas le han dedicados versos a este mes, como Carlos Pellicer en su poema Horas de Junio:

Junio me dio la voz, la silenciosa
música de callar un sentimiento.
Junio se lleva ahora como el viento
la esperanza más dulce y espaciosa.

Yo saqué de mi voz la limpia rosa,
única rosa eterna del momento.
No la tomó el amor, la llevó el viento
y el alma inútilmente fue gozosa.

 

Este escribidor también, impregnado por esa magia de junio, escribí este poema para celebrarlo.

Tardes de junio


Tarde de lluvia y silencio,
nubes  pesadas o livianas,
de cobalto o de plata.
Se asoman por el sur, entre los cerros
Copulan con el mar, al norte.

Tarde de junio sofocada
Las horas se mueren de tedio
entre la resolana y el sopor de los cerros.
Un viento sacude la modorra del puerto
Un crucero vara en la escollera del tiempo.

Tarde de junio sin alba
excitada por un rayo solitario.
Más tarde la ciudad duerme,
la lluvia vive su fiesta
Vibran las calles con el canto del agua.


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