Reflexiones
cotidianas
El
eterno retorno
Prócoro
Hernández Oropeza
El
alma del hombre es como el agua. Viene del cielo,
se
eleva hacia el cielo
y
vuelve después a la tierra,
en
un eterno ciclo.
GOETHE
El escritor
alemán Johann Wolfgang Goethe, con profunda sabiduría, describió los ciclos de vida, muerte y
renacimiento en una frase. Y pese a que muchos no creen en el retorno después
de la muerte, tengo plena certeza que volvemos y volvemos, no sé cuántas veces
lo he hecho, pero aquí estoy viviendo otra vida en otro cuerpo, con nuevos
roles, nuevas máscaras, nuevos protagonistas.
El alma del
hombre es como el agua. Viene del cielo y vuelve después a la tierra. Lo más
seguro es que esa agua no es la misma, algo se habrá modificado en su constante
devenir. Al caer en tierra en forma de gotas de lluvia forma primero pequeños
arroyos, luego grandes ríos, lagunas, lagos y finalmente alguna porción llega
al mar, otra se condensa y retorna al cielo en forma de nube.
Así ha de ser
con nosotros. Algunos retornamos y retornamos, otros se van a otros cielos,
aquellos que se han purificado, quienes han encontrado la inocencia original,
sin pecado.
Friederich Nietzsche, otro escritor y filósofo alemán
también habló del Eterno Retorno. Sus palabras al respecto fueron las siguientes:
"¡todo vuelve y retorna eternamente, cosa a la que nadie escapa!",
"el principio de la persistencia de la energía exige el Eterno
Retorno", "la medida de la fuerza (como dimensión) es fija, pero su
esencia es fluida", "el mundo, es un círculo que ya se ha repetido
una infinidad de veces y que se seguirá repitiendo in infinitum."
Yo he tenido sueños, de esos sueños lúcidos que se
recuerdan tan perfectamente como si fuera una película muy interesante. Me he soñado
en tierras del Tíbet, he vagado por calles de Francia o de Argentina. Las
imágenes y los detalles de las calles, hasta el ambiente y el clima, la
vestimenta de las personas o los alimentos parecen ser tan reales.
En cierta ocasión soné que realicé un viaje a la ciudad
de Zacatecas. Me vi frente a una casa de piedra labrada, enfrente observé un
edificio antiguo, también de piedra labrada y a la entrada dos leones
esculpidos en piedra, uno a cada lado de la puerta. Cuatro años después fui a esa ciudad. Laboraba en
ese entonces en la Universidad Autónoma de Sinaloa y fuimos invitados a un
congreso sobre escuelas de comunicación y la sede era la Universidad de
Zacatecas. Cuando arribamos en taxi a dicha universidad, al abrir la puerta me
topé con esa casa de piedra labrada que había soñado antes y al ingresar al recinto universitario, al lado de cada
pórtico estaban los dos leones de piedra.
A muchas personas les ha ocurrido que se encuentran con
personas que nunca habían visto, pero al primer contacto se identifican, como
si ya se hubieran conocido antes. En otras sienten nostalgia de algo, una
sensación de no pertenecer a esta tierra o de vivir en un cuerpo extraño o
percibirse solos, desprendidos o separados de algo o de alguien. Ese alguien es
nuestra chispa divina, nuestro dios interior, nuestra fuente. Para ellos dedico
el siguiente poema:
Tarde apurada
Estamos aquí y no somos nada
¿Somos la niebla?
¿Acaso rocío?
¿Cantos lunares?
¿Esperanza intangible?
¿Una roca al filo del viento?
Un sol de mañana
Una tarde apurada,
El frío inquebrantable de la cañada.
Eso somos y no los sabemos hasta que alguien
nos despierta con sus alas.
Estamos aquí, en la pendiente de la vida,
A un paso de la nada
Y el cielo claro manda señales
para abrir los ojos de la esperanza.
Somos uno, la nada
Somos dos, el aliento
Somos tres, el alba sin plumas
Somos cuatro, la campana olvidada
Somos cinco, los días fugándose por tu ventana
Somos seis, la flor cardando una tarde de verano
Somos siete, la semana prendida del crepúsculo con alfileres.
Somos lo que somos
Uno, todos, nada...
El vacío y la totalidad
La línea recta y la curva
Los ojos de Dios y sus talentos
La tarde sin apuros.
Los rayos de un sol que no envejece.
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