El caos y la ignorancia



Prócoro Hernández Oropeza
Vivimos en un mundo complejo, tormentoso y violento, con mucha imprevisibilidad, cambios vertiginosos, sorprendentes a veces, otros que se escurren en silencio. Decía un maestro que llegará el momento en que parte de la humanidad enloquecerá y de pronto, frente a nosotros, la gente enloquece, se cae de bruces o toma un arma y dispara a mansalva.
Eso ocurre en diversas partes del mundo. En Estados Unidos brotan monstruos que disparan a un grupo de estudiantes o a gentes en el supermercado; en Europa, un asesino, cuchillo en mano, agrede a quienes se le ponen enfrente. Aquí en México, los narcotraficantes y sus sicarios, no sólo se matan entre ellos, roban la vida a quienes encuentran a su paso o piensan que son un peligro para ellos. No hay día en que no salpiquen de sangre los noticieros o aumenten las estadísticas de la muerte.
En otros ámbitos, los fanáticos religiosos como los musulmanes se convierten en bombas humanas y destruyen vidas de aquellos que no piensan igual a ellos. Con su muerte se creen mártires que han eliminado a los infieles y se han ganado el paraíso. Interpretación errónea del sagrado libro del Corán. Para Mahoma, esos infieles son nuestros demonios o egos que no mantienen la fidelidad a Alá, a Dios.
En algunas ciudades hay temor, miedo a salir de sus casas, a transitar por las calles en las noches, como si percibieran que la muerte ronda por ahí con su guadaña. Estos hechos cotidianos y terribles están generando paranoia, pero lo más terrible es que ese miedo genera más miedo en el inconsciente colectivo. Estos asesinos están sometidos a su ego diablo, cuya alma está totalmente corrompida por la avaricia, la ira, el orgullo. Ya no existen indicios de amor, compasión, virtudes.
¿Cómo desarticular ese estado de miedo, sufrimiento, inseguridad y caos? Primero que nada, es recordar quiénes somos en realidad. Lo hemos olvidado. Nuestra verdadera naturaleza es divina; no somos este cuerpo ni la personalidad con la que nos revestimos y nos presentamos ante el mundo. Todas esas máscaras que fabricamos desde la infancia y que nos hace creer que somos nuestro rol como padre, hijo, esposa, esposo, empleado, comerciante, empresario, obrero, político.
Vivimos en la ignorancia y esa ignorancia es la que nos mantiene en el sufrimiento, con la conciencia dormida. Si recordáramos que somos un ser divino que ha venido a este planeta en múltiples ocasiones, podríamos reflexionar acerca del por qué o a qué regresamos. Qué nos espera en la siguiente vida. Existen varios caminos para recordar quiénes somos; uno es encontrar respuesta en los libros sagrados, otra forma es mediante la oración y la meditación, así como practicar las virtudes.
La poesía puede ser otra vía, porque como dice David Huerta: El verso cala en la emoción, punza lo íntimo. Este poeta mexicano que ha ganado el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances 2019, cuando le preguntaron acerca de qué se nutre su poesía, él contestó: - De todo lo humano —perdón por el lugar común—, de mis lecturas, de las películas que veo, de la música que escucho, de la calle, de la conversación con los amigos… Son múltiples las cuencas donde bebo, donde me empapo de la realidad. Son variados los detalles que me alimentan y me conminan a escribir versos. Como ejemplo de ello dejo este Poema:
Simulacro (Fragmento de Incurable)
Por David Huerta
El mundo es una mancha en el espejo.
Todo cabe en la bolsa del día, incluso cuando gotas de azogue
se vuelcan en la boca, hacen enmudecer, aplastan
con finas patas de insecto las palabras del alma humana.

El mundo es una mancha sobre el mar del espejo,
una espiga de cristal arrugado y silencioso,
una aguja basáltica atorada en los ojos de la niña desnuda.

En medio de la calle, con el ruido de la ciudad como otra ciudad
conectada en la pantalla de la respiración,
veo en mis manos los restos del espejo: tiro todo a la bolsa y
sigo mi camino,
todo cabe en la bolsa del día, incluso la palabra incluso,
un manchón negro en la línea que se va deshojando en la boca.

Si me acercara, con un sonido genital y absolutamente húmedo,
tocando las paredes del miedo con manos espaciosas y una
circulación de letras aplastadas contra la linfa color de olvido;
si me acercara, seco y coordinado en los pliegues, oyendo el paso
de los otros en el techo,
una legión sorda, un estertor de marabunta, un hueso
desmoronándose,
una lluvia caliza por el suelo, en el paladar;
si me acercara, si desmenuzara una figurilla con los dedos que
gotean vino;
si me procurara un placer, un desvío, un tocamiento de nubes o
un roce plateado,
un manoseo en el oro, un deslizarse en la entrepierna de los
muebles para dormir ahí un sueño de saliva y silencio;
si me acercara, dando en el tiempo un acorde caliginoso, un tempo
fúnebre de reunión a oscuras…

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